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Un amor que no se rinde

Amar, moverse, actuar, hacer todos los días por alguien actos pequeños, actos grandes, sacrificios admirables. Si nadie ve, si te ven todos, si oras entre cuatro paredes, si oras en público, si nadie se entera o todos te aplauden, no lo haces por ellos, no vives por la gente, lo haces por Dios, por su reconocimiento invaluable, por su aplauso, por el valor que Él le ha dado al amor por los demás sin esperar nada a cambio. ¿Difícil? Ciertamente.

Cristo lo hizo, se rebajó a lo más profundo, siendo Él lo más alto. Se hizo hombre. Se hizo culpable a sí mismo de un pecado que no cometió: agredir a Dios, ir en contra de Su santidad, cortar la relación directa que tenía el hombre con Él. Y entonces vino, vivió entre nosotros, caminó entre nosotros, sufrió como nosotros. Siendo Dios, no tomó eso como algo a lo cual aferrarse, en cambio se hizo siervo, lavó los pies de otros en la humildad más profunda; tocó a un leproso, le otorgó el perdón a una prostituta, se sentó a la mesa con quien lo traicionó, habló fuerte a los fariseos y de la forma más suave a los gentiles. Sólo estaba ahí, dejando una huella profunda en la historia.

Cristo amó. Amó hasta muerte de cruz. Él representa al amor constante, al amor que no se rinde, al amor insistente, que persiste en el tiempo, que no se amilana, no se devuelve, cree, cree hasta el final porque mira el galardón que está adelante.

Su sudor se hizo sangre, pues estaba a pocas horas de recibir la ira de Dios sobre sí mismo por el pecado del mundo. Se burlaron de él, pisotearon su nombre, retaron al mismísimo Dios a salvarse a sí mismo, sin saber que sólo él tiene el poder para salvar al mundo entero; Dios hombre, Dios débil y Dios poderoso, Dios que indefenso vino, Dios poderoso y protector. Un Dios de amor que murió con los brazos extendidos y su mirada esperando justicia divina. Vivió toda su vida preparándose para ese momento y nunca reclamó beneficios. No alardeó de su nombre, no gritó a todos su poder, pudiendo acabar con todo, viviendo entre lo que repudia: el pecado.

Su nombre 'Yo Soy' ha sido más que suficiente desde el principio, Su principio sin registro, Su eternidad absoluta, y sigue siendo hasta este instante, pues Su presencia no se disipa, no se niega a sí misma, no oculta el sol al malvado, lento en ira y grande en amor, se aíra y la tierra tiembla.

'Yo Soy' abarca todo en su mismo nombre, y mencionarlo estremece los huesos. Una sola palabra es suficiente para quebrantar al corazón endurecido, abrir los ojos de un ciego, levantar una voz que permanecía en silencio. No, no puede, "no puede haber un gran aprecio a Jesús y una lengua totalmente silenciosa acerca de él". Él es el tesoro en sí mismo, lo que hace al cielo ser el cielo, lo que hace a la muerte poca cosa comparada con el esplendor de Su gloria. Él es quien hace que amar valga cada bendito segundo, y que dar a otros sea cada vez más fácil, aún cuando nuestro corazón orgulloso se interpone, vuelves a mirarlo a él y tus ojos son cada día abiertos. Necesitas deleitarte en Su obra, en Su historia, en Su muerte, sin perder nunca de vista Su resurrección. Sufrió profundamente y hoy está sentado a la diestra de Dios. Exaltado sobre todas las cosas, nombre sobre todo nombre.

Estar con Cristo no es vivir. Por supuesto es tener vida eterna, pero es morir cada día a nuestros propios deseos.

¿Has escuchado a un cristiano preguntarse qué haría Jesús? La respuesta es lo que ya hizo. ¡Abre la Biblia!, Cristo dio mucho más que sólo un buen testimonio. Cristo murió; el resto es sólo moral; su muerte no ocurrió una vez, la puedes ver cada día, en cada situación. Morir es teología pura. ¿Qué haría Jesús? entregarse, ceder, morir, sufrir por amor a otros, incluso al mismo Dios, acercarse a aquellos a quienes nadie tocaba. ¿Qué haría Jesús? justicia. Pelear, guerrear, confrontar, decir la verdad, morir a sus propios deseos, con miedo, asustado, quebrantado, pero con su esperanza puesta en el Señor. Eso hizo Jesús. La pregunta es: ¿Qué vamos a hacer nosotros ya, con el que está a nuestro lado? ¿Estás muriendo tú cada día? ¿Eres cristiano en verdad?

"Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por amor a mí" - Gálatas 2:20

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